18 de diciembre de 2018 • 20:17 Leandro Vesco La estepa patagónica rionegrina se presenta con total crudeza en la Línea Sur del trazado ferroviario nacional
18 de diciembre de 2018 • 20:17 Leandro Vesco La estepa patagónica rionegrina se presenta con total crudeza en la Línea Sur del trazado ferroviario nacional. La soledad y el abandono en incontables pueblos que ya no tienen habitantes fueron el escenario de la «Travesía Patagónica 2018», que llevó a César Guillén y al ex basquetbolista Ariel Scolari, junto a dos fanáticos de los rieles, a transitar en dos zorras los 826 kilómetros que separan Viedma con Bariloche. «Lo único que te acompañan son las estrellas», confiesa Scolari, al graficar los parajes en donde se detuvieron a pasar la noche. Las zorras, el medio de transporte más pequeño del universo ferroviario, se desplazaron por las vías que utiliza el Tren Patagónico; datan de 1947, y pueden alcanzar una velocidad de hasta 25 kilómetros por hora. El objetivo de la travesía, que duró las dos semanas que tardaron en cruzar Río Negro, estaba claro: «Pedimos por el regreso del tren. Queremos más y mejores servicios ferroviarios para todo el país», resumió el ex pivot de la selección argentina de básquet. La Travesía Patagónica arrancó el 22 de noviembre desde Viedma y finalizó el 6 de diciembre en Bariloche. El regreso lo hicieron en la formación del Tren Patagónico, que los bajó en el lugar de origen de la aventura, donde los esperaban familiares, amigos y amantes del ferrocarril. La zorra en la que iban Ariel y César Guillén, que denominaron Coronel Falcón, era seguida por otra en la que iban Carmelo Hagg, y un conductor del Tren Patagónico. Horacio Hollfener, en un vehículo utilitario, les dio apoyo terrestre. La dinámica del convoy empezaba al alba. Las zorras descansaban a un costado de las vías. Y en las estaciones donde había operarios, primero desayunaban y «pedían vías», para emprender la marcha. Las zorras tienen una mecánica muy rudimentaria, pero son muy estables. Se desplazan con motor a explosión a dos tiempos, con una mezcla de aceite y nafta. La velocidad crucero es 23 kilómetros por hora. «Es la ideal para poder disfrutar el paisaje. No hay ninguna contaminación visual, y podés guardar imágenes en la retina», afirma Scolari. Cruzar el desierto «Duele ver cómo tantos pueblos y estaciones desaparecieron. Solo las identificás por las señales de entrada en las vías», afirma con tristeza, Ariel Scolari. El Tren Patagónico, hasta el inicio de la década del 90, tuvo un servicio diario que unía casi 30 estaciones. Con el cierre de los servicios poco rentables, la mitad de ellas hoy son solo ruinas. Y los pequeños pueblos que quedan constituyen un puñado de casas que viven en el olvido. El Tren Patagónico, que cruza este desierto, sale una vez por semana: los viernes desde Viedma, a las 18 hs y arriba a San Carlos de Bariloche al día siguiente a las 12.30. La formación tiene coche camarote, comedor y puede llevar autos. También es usada por los pocos habitantes de los pueblos que han quedado a un costado de las vías. Tiene 13 paradas, pero cuando Ferrocarriles Argentinos, antes de la Reforma del Estado impulsada por la administración Menem bajo la Ley 23.696, tenía a cargo este ramal, había 12 estaciones más que hoy que están clausuradas y en ruinas. Cada una de ellas representaba un pueblo o un paraje con habitantes, escuela y futuro. «Desde entonces ningún gobierno puso como prioridad el tren. Las consecuencias de aquella frase ramal que para, ramal que cierra, dicha en 1989, se continúan sintiendo en el 2018″, sostiene el ex basquetbolista. «El tren es menos contaminante, y puede transportar más volumen de carga y personas. Tenemos miles de muerte al año en las rutas, hay que darle utilidad a las vías», reflexiona Scolari, que en estos días empezará a escribir un libro con los pormenores de esta aventura en las vías. Scolari cuenta que los recibieron con los brazos abiertos. Las zorras frenaban su marcha entre las 16 y 17 horas, en aquellos puntos prefijados. Eligieron esa hora porque uno de los fines de la aventura fue hablar con los pobladores que se cruzaban en el camino. «Nos ofrecían albergue, comida y todo lo que tenían: acá conocés hombres que tienen dos cabras y sacrifican una para darte de comer. El hecho de que alguien se acuerde de ellos es muy importante». Oír el silencio Uno de estos lugares abandonados que hallaron a un costado de las vías fue la estación Vicealmirante Eduardo O’Connor. El paraje, amarrado a la estepa y apenas un espejismo rodeado de soledad y viento, figura solo en algunos mapas. Una viaje escuela, es hoy usada como casa para los operarios que hacen el mantenimiento de las vías. No tienen luz eléctrica, solo un generador que produce un ruido ensordecedor, y que es apagado cuando los hombres se duermen. En horas de la noche, la inmensidad se traga al paraje donde ni siquiera quedan los cimientos de las casas. «Las estrellas iluminan -afirma Scolari, para ayudar a entender el abandono y la desolación-. En lugares así, se oye el silencio». Pero no siempre fue así. Cuando el tren pasaba con regularidad, sobre estas vías, hoy oxidadas y crujientes, se trasladaban no sólo los habitantes sino también toda la producción local. Asombrados y emocionados, algunos pobladores de estas localidades, al ver las zorras se acercaban para darle la bienvenida a estos visitantes. «Para ellos vernos aparecer desde las vías significa la esperanza de que el tren vuelva a pasar», simplifica Scolari. En estos lugares, «el pata de hierro», como lo llaman, es el medio de transporte que puede asegurar alguna certidumbre de comunicación. La ruta provincial 23, que acompaña la traza de las vías del Tren Patagónico, desde Ingeniero Jabocacci a Bariloche es de ripio. Ariel Scolari, 52 años, 2,06 metros de altura, más conocido en el ámbito deportivo como «Scooby», entró en la historia del básquet nacional no sólo por sus condiciones como pivot, que lo llevaron a consagrarse campeón sudamericano con la Selección Argentina (jugó durante 1987/1992), sino porque fue el primer argentino no nacionalizado que jugó en el Liga Española de Básquet, fichando para el Juver Murcia. Hoy vive en Bahía Blanca y se dedica a la pintura de casas. Además de continuar jugando al básquet con compañeros de su generación, es un defensor de lo ferroviario. «Dimos charlas en escuelas rurales y clubes: les explicamos a los niños la importancia del ferrocarril», comenta Ariel. También entrevistaron a viejos trabajadores del ferrocarril. «Se nos están yendo, algunos están muy ancianos, y creemos que si oímos sus historias, las resguardamos del olvido». Por: Leandro Vesco