Desde aquel descontracturado “buonasera” del 13 de marzo de 2013, con el que saludó al mundo desde la Plaza San Pedro, hasta el día de hoy, pasaron 12 años de un papado que va a quedar en la historia. El primer pontífice no europeo, latinoamericano y jesuita, solía decir “quiero lío”, una expresión que, de alguna manera, sintetizaba el carácter reformista que impulsó: una Iglesia de puertas abiertas, comprometida con los más vulnerables. Así fue que, entre varias escenas extraordinarias, pudimos ver a un papa pedir perdón por los pecados de la iglesia; lavarles los pies a los presos; y expresar formas de apertura hacia la comunidad LGTBQ: “somos todos hijos de Dios”.
Jorge Mario Bergoglio nació el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires. Fue el hijo de Mario José Bergoglio un inmigrante italiano que trabajó como jefe de estación de Flores y de Regina María Sívori, también italiana y ama de casa. Toda su educación —primaria, secundaria y universitaria—, se desarrolló en el ámbito público. Luego, ingresó al seminario metropolitano de Buenos Aires en 1957 a los 20 años de edad y, un año después, decidió convertirse en jesuita. En 1998 asumiría como el primer arzobispo jesuita de Buenos Aires, lugar que ocuparía hasta 2013, cuando fue elegido como el jefe máximo de la Iglesia Católica.
Francisco, que utilizó el transporte público hasta sus últimos días en Buenos Aires, reivindicó cada vez que pudo a la escuela pública —“toda mi educación en la escuela pública”—, al pueblo argentino —“que lo educó”—, y a la organización de los trabajadores: “No hay sindicato sin trabajadores, y no hay trabajadores libres sin un sindicato”.
Buen viaje compañero

